Ahora solo veo la penumbra de la sala con sus lámparas verdes y rectangulares.
Los libros no están la vista y sin embargo yo sé que allí están todos. He oído que también están allí los libros no escritos pero eso sí que no me lo creo.
Me gusta esta leyenda absurda. Pica mi curiosidad y despierta una avidez infantil que me divierte.
«¿Y si fuera verdad?» —pienso.
Pero elijo creer que no me lo creo aunque en realidad no estoy demasiado segura de estarme diciendo la verdad.
Sería una ofensa y también un peligro para mi creer en algo así porque sería como admitir que no hay lugar para lo nuevo y que todo está configurado de antemano.
El paso siguiente sería el suicidio porque ipso facto habría desaparecido para mí el sentido de la vida.
Sopla de nuevo una brisa que no me despeina.
Miro hacia arriba.
Nada.
Ahora el fresco está tan fresco que parece la paleta de un pintor que se hubiera enloquecido y hubiera revuelto todos los colores con una mezcla de furia e impotencia.
«Puto loco»
El techo está pero o no está.
La brisa está pero no está.
Intrigante!! Da ganas de seguir leyendo! Me molan mucho éste tipo de rarezas. Sigo con “Rarezas de Biblioteca II”
Me alegra que te guste, inglesa!
Bienvenida a Mi Blog Secreto!
😉
Pilar
buen relato
Me recuerda a un cuento un poco oscuro de una niña con fiebre, que veía el sueño y la realidad a la vez, y no los podía distinguir. El techo de tu biblioteca sí que me gusta!
A que mola? A mi también me gusta mucho. ¡Creo que todos los techos deberían ser así! 😉
Pilar