Levanta la mirada y le sonríe complaciente hasta que le deja solo y melancólico mezclándose con la penumbra de la habitación.
Allí espera con paciencia, los ojos como platos, mientras deambula por las capas profundas de su pensamiento
Espera quieto, quieto, quieto… hasta que de pronto el olor del pan recién horneado levanta el toque de queda para poder calzarse las alpargatas e intentar, como siempre, escabullirse atravesando la cocina con sigilo.
Una palabra y la sonrisa de unos ojos brillantes le estropearán los planes una vez más.