Pero siempre termino echando en falta un atisbo de ternura, entre las risas impostadas y el cansancio, luego de habernos engolfado tardes enteras en la cama más próxima a donde nos asaltaran las ganas y el apremio.
Desconozco por qué aquella primera voracidad me llegó a parecer trascendente aunque si sé que bien pronto comprendí que, consumido el primer deseo, todo eran páginas en blanco con círculos de café y borroneado de cenizas.
Luego me recuerdo asumiendo con pasmosa tranquilidad que no existía ni la más mínima posibilidad de que él me vislumbrara.
Y recuerdo cómo, aún sabiéndolo, no me digné a detenerme.
Recuerdo como cerré los ojos, apreté el acelerador a fondo y me dediqué aceptar uno por uno todos convencionalismos que siempre he despreciado con total arrogancia.
Y cómo no tardé en encontrarme obsesionada por un único objetivo imposible.
Huir de él sin abandonar el barco.
Ese fue el día exacto en que me despeñé en caída libre justo hasta las antípodas de mi ideal de vida por un asunto de cama y empecé a hundirme sin remedio en el pantano de mi propia estupidez.